Una escalera para Marielle
Hace tres meses que vivo en Pinheiros, en la Rua Cardeal Arcoverde. Para alguien que se estrena en São Paulo, como yo, la Cardeal es un verdadero lujo. No le hace falta nada: biblioteca, librería, cementerio, panadería, mercado, tienda de muebles, ferretería, farmacia, uno de los mejores bares de jazz de la ciudad…lo que usted pida a dos o tres cuadras de distancia. Pero lo más bonito de la Cardeal es el Escadão Marielle Franco, una gran escalera que la conecta con la Rua Teodoro Sampaio. Hay un letrero en letras blancas y fondo azul que informa “Escadão Marielle Franco”, y una fotografía en tamaño gigantesco del rostro de Marielle; alrededor de la foto, escribieron algunas frases políticamente enternecedoras: “mulher preta lésbica, papo reto, sorriso no rosto, Marielle Presente! Para se inspirar, se mexer, para não esquecer”. “Lute como Marielle Franco”, “Fora Temer”. En los bajos del Escadão, al pie de la sonrisa de Marielle, viven las otras dos personas negras de la calle que conozco: un hombre que se pasea sin camisa por el barrio con un carrito de compras cargado con cuatro perros, y una mujer que lava ropas en la vereda. Es una señora puntualísima, todos los días a las 13.30 remoja jeanes y camisas blancas, y las extiende en una cuerda que cuelga entre dos árboles raquíticos que le arrancan agua al pavimento. Mira los autos pasar y tararea una canción. Hemos intercambiado saludos y sonrisas; la de ella es generosa, como la de Marielle, que la mira extender pantalones y blusas. En este punto ustedes ya imaginarán que Marielle, la mujer y yo compartimos algo que se parece a un ritual; y sí, todos los días, de camino a la biblioteca Alceu Amoroso Lima, saludo a la mujer, miro a Marielle y pienso en alguna de las preguntas de mi tesis o en la entrevista que haré al día siguiente.
Hoy es domingo. Como desperté con la alegría de quien se da el lujo de salir de cama a las nueve de la mañana, quise empezar el día con un paseo. Decidí visitar el cementerio. No porque le encuentre gracia a contemplar los mausoleos de las familias ricas de São Paulo, sino porque Claudinei Roberto Silva en una de nuestras ocho mil conversas me recomendó pasar por allí y “dar uma olhadinha” a un par de esculturas. Me lavé el pelo, me puse mi chaqueta verde maravillosa, calcé las botas preferidas, cogí mi mochila arhuaca (colombianísima) y bajé por la Cardeal toda clase media negra internacional, muy afro-cosmopolita, muy Teju Cole y Taiye Selasi.
Debían faltar dos metros para llegar al Escadão cuando escuché los acordes de una canción de Chico y pensé en lo bello que es que la gente escuche música en la calle los domingos. Seguí y al llegar de frente al Escadão, me di cuenta que la canción venía de un carro negro con las puertas abiertas y que la dueña no podía ser otra que la mujer blanca, muy bien vestida, que estaba en las escaleras haciendo fotos del rostro de Marielle y los letreros. Pensé: qué cosa bonita, esa mujer conmocionada por la sonrisa de Marielle, ¿y quién no? Pasaron un par de segundos antes de que la mujer descubriera mi presencia, descendiera las escaleras sin mirarme y leyera en voz alta el letrero más grande: “ Mulher preta, lésbica”, se detuvo, me miró de reojo y agregó con desdén: “O Brasil é de todo mundo”. “Mulher preta, favelada, lésbica”, continuó moviendo las manos con desespero, como si peleara con el aire, y repitió, ahora más alto: “O Brasil é de todo mundo”. Tomó más fotos de Marielle. Yo seguí allí, silenciosa, convertida en piedra, en estatua de sal, como la mujer de Loth, asegurándome de que eso que había escuchado era lo que la mujer había dicho. Ella me miró, ahora de frente, miró a Marielle con el rostro transformado por el disgusto, y agregó: “Preta, favelada, lésbica…o Brasil é de todo mundo, não só deles”, señaló a Marielle, me señaló, y empezó a alejarse del Escadão, se detuvo casi en medio de la calle, apretó con fuerza el celular, y concluyó: “e ela nem era vereadora daqui, porque esse escadão para ela?”. Atravesó la calle hasta la orilla opuesta. Yo seguía petrificada. Cuando conseguí retomar el paso, intenté fotografiarla pero lo único que obtuve fue una imagen de su espalda. A los pocos segundos se dio vuelta, siguió disparando hacia el Escadão y, sin duda, enviando imágenes a esos grupos de whatsapp familiares que se nutren con noticias falsas y frases del tipo “o Brasil é de todo mundo”.
Intenté tomarle otra foto pero la cámara no funcionó. La mujer, avisada de mi presencia, levantó su maquinita en mi dirección. Vi esa arma directa, certera. Yo que he escrito sobre fotografía vi esa arma apuntándome y me alejé. ¿Qué caso tenía denunciar este rostro racista o aquel otro cuando es una estructura toda la que la sostiene y la respalda, la que la cobija para que ella se sienta cómoda gritando frases como las que gritó, mirándonos a Marielle y a mí del modo en que nos miró? Si de denunciar a alguien se trata, mejor posteo aquí una foto de las banderas de Brasil, de Estados Unidos o de Colombia, y entonces quizá tendremos una idea de qué hablamos cuando hablamos de racismo. Me alejé, reventada de rabia y miedo, en una discusión mental con la mujer, en esa lucidez que prosigue al mutismo: Y si es verdad que el Brasil es de todo el mundo, ¿por qué la insulta un mural a la memoria de Marielle Franco en el corazón de este barrio?, ¿porque le recuerda que a pesar de cuatrocientos años de genocidio la población negra brasilera permanece? Y si el Brasil es de todo el mundo, ¿ por qué la ofende mi presencia en este barrio? Y si el Brasil es de todo el mundo, ¿por qué se baja de su carro para señalar con odio un mural hecho para una mujer negra? Y si el Brasil es de todo el mundo, ¿por qué la insulta que también sea nuestro, que estemos en la universidad, en el congreso, en este barrio, en esta calle? No, señora, en esta gran plantación que es Brasil, cuando usted dice que es “de todo el mundo”, lo único que dice es que es de ustedes, la élite blanca, y que la insulta compartir sus privilegios. ¿Que Marielle no era representante de São Paulo? Pues sepa que Erica Malunginho, una mujer negra, trans, fundadora del quilombo urbano Aparelha Luzia, ya es diputada de São Paulo, y que esa escalera está allí no solo para recordar la lucha de Marielle, sino también para fortalecer la de Erica… y así continué por unos minutos.
Cualquiera con un poco de conocimiento de la ciudad extremadamente segregada que es São Paulo sabrá que vivo en territorio enemigo. Lo he sabido cada día de estos tres meses y sin embargo intenté construir una cotidianidad en la que me sintiera protegida: la sonrisa de mi vecina, las visitas al café de la esquina, la biblioteca. Mi vida en São Paulo, después de todo, no es muy diferente a la vida que llevo en Estados Unidos, una vida de estudiante doctoral: no tengo lujos pero tampoco paso hambre, de vez en cuando compro un libro, de vez en cuando voy al cine, de vez en cuando bebo una cerveza. Hoy, sin embargo, me convencí de que hay gente profundamente molesta con el hecho de que alguien como yo pueda transitar por estas calles, pueda ver lo que veo, vivir como vivo, con el hecho de que el rostro de Marielle ocupe el lugar que ocupa en el Escadão de Pinheiros, con el hecho de que su sonrisa represente lo que representa en ese lugar. De haber querido mantener mi paz mental, habría tenido que elegir alguno de los barrios negros de São Paulo. Pero como soy extranjera, estudiante de doctorado, y vine con poco tiempo para la investigación, la Cardeal Arcoverde, a tres estaciones de metro del MASP, media hora de autobús de la USP y un poco más del Museu AfroBrasil, era el lugar perfecto para mí. Sí, entre la paz mental y la eficiencia investigativa, elegí la última; entre la periferia y el centro, elegí el centro. Pero yo no tendría que estar justificando por qué elegí vivir en una calle central (y bonita) de São Paulo, y sin embargo, es de este modo que funciona el racismo, es de este modo que corroe.
Los que me conocen saben que soy recelosa del relato en primera persona, que espíritus leves como el mío preferirían estar aquí comentando una cancioncita linda del Caribe o sugiriendo sutilezas sobre las acuarelas de Sidney Amaral, los performances de Priscila Rezende o los trazos maravillosos de Marcelo D´Salete en Cumbe. Pero hace apenas dos días leí un post de Allan da Rosa contando una de estas pintorescas anécdotas pinherenses, y días antes fue uno de Thayna Yaredy. Brasil, claro, no quería que yo me quedara atrás, y aquí va el mío, en caribeño para internacionalizar la colección. Supongo que para vivir la experiencia brasilera de verdad era preciso una situación que me dejara como me dejó esta, sin otra opción que publicar un texto. Supongo que había que escribirlo, viviendo en Brasil en el tiempo en el que vivo, con las expectativas que tenemos para las elecciones del próximo fin de semana, con lo que hicieron con el aviso de la calle Marielle Franco en Río y con lo que sin duda querrán hacer con la foto del Escadão aquí en São Paulo. Mientras escribo, no consigo dejar de pensar que esta situación parece ínfima comparada con las muertes de Marielle, Maestre Moa, y las miles de muertes de personas negras con las que se alimenta la estructura racista de Brasil, pero tampoco consigo dejar de pensar en la anécdota de Fabiana Lopes sobre Oscar Murillo, ese otro colombiano que en medio de una residencia artística en Río, y después de “múltiples experiencias brasileras”, confesó con tristeza que no tuvo otra opción que dejar de lado el proyecto que traía, “poner el cuerpo” y hacer una performance sobre racismo. Es eso, poner el cuerpo.
Ya para finalizar les contaré que esta semana, cuando vaya a la policía federal para renovar mi estadía, voy a preguntar si no me dan, en lugar de los tres meses reglamentarios, un permiso de residencia. Como prueba de mis estrechos lazos con este país no solo voy a pronunciar con exactitud esas dos bellas e impronunciables palabritas de la lengua brasilera, “avó” y “avô” (lo prometo), sino que llevaré una copia impresa de este escrito, la prueba más genuina de que ya he vivido como una brasilera, como una mujer negra brasilera, la prueba más auténtica de que ya conozco algo, aunque ínfimo, de eso que diariamente conocen tantas amigas queridas, tantas hermanas.
São Paulo, 21 de octubre, 2018.
Um escadão para Marielle
Faz três meses que vivo em Pinheiros, na rua Cardeal Arcoverde. Para alguém que estreia em São Paulo, como eu, a Cardeal é o verdadeiro luxo. Não lhe falta nada: biblioteca, livraria, cemitério, padaria, mercado, tenda de multi uso, ferraria, farmácia, um dos melhores bares de jazz da cidade… Tudo que você deseja está a dois ou três quadras de distância. Porém o mais bonito da Cardeal é a escadaria Marielle Franco, uma grande escada que a conecta com a rua Teodoro Sampaio. Existe uma placa com letras brancas e fundo azul que informa “ Escadão Marielle Franco “, e uma fotografia em tamanho gigante do rosto de Marielle; ao redor da foto, escreveram algumas frases politicamente ternas: “mulher preta lésbica, papo reto sorriso no rosto, Marielle Presente! Para se inspirar, se mexer, para não esquecer “, “Lute como Marielle Franco “, “Fora Temer”. Na parte baixa do Escadão, ao pé do sorriso de Marielle, vivem as outras pessoas negras da rua que conheço: um homem que passeia sem camisa pelo bairro com carrinho de compras carregado com quatro cachorros, e uma mulher que lava roupa pelas imediações. É uma senhora pontualíssima, todos os dias às 13h00 enxágua jeans e camisas brancas, e as estende em uma corda que amarra entre duas árvores raquíticas que arrancam água do pavimento. Olha os carros que passam e cantarola uma canção.Temos trocado cumprimentos e sorrisos; o seu é generosos, como o de Marielle, que a olha estender calças e blusas. Neste ponto vocês já imaginam que Marielle, a mulher e eu compartilhamos algo que parece um ritual; e sim, todos os dias, a caminho da biblioteca Alceu Amoroso Lima, saúdo a mulher, olho para Marielle e penso em alguma das perguntas de minha tese ou na entrevista que farei no dia seguinte.
Hoje é domingo. Como despertei com a alegria de quem se dar ao luxo de sair da cama às 9h00 da manhã, quis começar o dia com um passeio. Decidi visitar o cemitério. Não porque encontre graça em contemplar os mausoléus das famílias ricas de São Paulo, mas porque Claudinei Roberto da Silva em uma de nossas oito mil conversas me recomendou passar por ali e “dar um olhadinha” em um par de esculturas. Lavei meu cabelo, coloquei meu casaco verde maravilhoso, calcei minhas botas preferidas, peguei minha bolsa arhuaca (colombianíssima) e desci pela Cardeal toda classe média negra internacional, muito afro-cosmopolita, muito Teju Cole e Taiye Selasi.
Deviam faltar dois metros para chegar ao Escadão quando escutei os acordes de uma música de Chico e pensei em como é bonito que as pessoas escutem música na rua aos domingos. Segui e ao chegar em frente ao Escadão, me dei conta que a música vinha de um carro preto com as portas abertas e que a dona não podia ser outra que não uma mulher branca, muito bem vestida, que estava nas escadarias fazendo fotos do rosto de Marielle e das placas. Pensei: que coisa bonita, essa mulher emocionada pelo sorriso de Marielle. Quem não ficaria? Passaram um par de segundos antes que a mulher descobrisse a minha presença, descesse as escadas sem me olhar e levantasse a voz para a placa maior: “mulher preta lésbica, parou, olhou para mim com o canto do olho e acrescentou com desdém: “O Brasil é de todo mundo”. “Mulher preta, favelada, lésbica “, continuou movendo as mãos com desespero como se lutasse com o ar, e repetiu, agora mais alto: “O Brasil é de todo mundo”. Tirou mais fotos de Marielle. Eu segui ali, silenciosa, convertida em pedra, estátua de sal, como a mulher de Ló, assegurando-me de que isso que havia escutado era o que a mulher tinha dito. Ela me olhou, agora de frente, olhou para Marielle com o rosto transformado em desgosto e agregou: “Preta, favelada, lésbica… O Brasil é de todo mundo, não só deles“, apontou para Marielle, apontou para mim e começou a se afastar do Escadão, parou quase no meio da rua, apertou o celular e concluiu: “e ela nem era vereadora daqui, porque esse escadão para ela?”. Quando consegui retomar o passo, tentei fotografá-la mas a única coisa que obtive foi uma imagem de suas costas. Em pouco segundos deu a volta, seguiu disparando em direção ao Escadão e, sem dúvida, enviando imagem a esses grupos de whattsapp familiares em que se nutre notícias falsas e frases do tipo “ O Brasil é de todo mundo“.
Tentei tirar outra foto mas a câmera não funcionou. A mulher, informada da minha presença, levantou sua pequena máquina em minha direção. Eu vi aquela arma direta, precisa. Eu que escrevi sobre fotografia vi aquela arma apontando para mim e fui embora. Que diferença faria denunciar esse rosto racista ou qualquer outro quando toda uma estrutura a sustenta e a respalda, essa que lhe dá cobertura para que se sinta cômoda gritando frases como as que gritou, olhando a Marielle e a mim do modo que olhou? Se se trata de denunciar alguém, é melhor postar aqui uma foto das bandeiras do Brasil, dos Estados Unidos ou da Colômbia, e então talvez tenhamos uma idéia do que estamos falando quando falamos de racismo. Fui embora, explodindo de raiva e medo, em uma discussão mental com a mulher, em essa lucidez que segue o silêncio: E se é verdade que o Brasil é de todo mundo, porque a insulta um mural em memória de Marielle Franco no coração deste bairro? Porque a recorda que apesar de passados 400 anos de genocídio a população brasileira negra permanece? E se o Brasil é de todo mundo, porque ofende-lha minha presença neste bairro? E se o Brasil é de todo mundo, porque sair do seu carro para sinalizar com ódio a um mural feito para uma mulher negra? E se o Brasil é de todo mundo, porque a insulta que também seja nosso, que estejamos na universidade, no congresso, neste bairro, nesta rua? Não senhora, nesta grande plantação que é o Brasil, quando você diz que “é de todo mundo “ o único que diz é que é seu, da elite branca, e que a insulta compartilhar seus privilégios. Marielle não era vereadora por São Paulo? Pois saiba que Erica Malunguinho, uma mulher negra, trans, fundadora do quilombo urbano Aparelha Luzia, já é deputada de São Paulo, e que essa escadaria está ali não somente para recordar a luta de Marielle, senão também para fortalecer a de Erica… E assim continuei por alguns minutos.
Qualquer um com um pouco de conhecimento da cidade extremamente segregada que é São Paulo saberá que vivo em território inimigo. Isso é sabido a cada dia desses três meses e no entanto tentei construir um cotidiano em que me sentisse protegida: o sorriso de minha vizinha, as visitas ao café da esquina, a biblioteca. Minha vida em São Paulo, depois de tudo, não é muito diferente da vida que levo nos Estados Unidos, uma vida de estudante de doutorado: não tem luxos mas então pouco passo fome, de vez em quando compro um livro, de vez em quando vou ao cinema, de vez em quando bebo uma cerveja. Hoje, no entanto, me convenci de que existe uma gente profundamente doída com o fato de que alguém como eu possa transitar por essas ruas, possa ver o que eu vejo, viver como eu vivo, com o fato de que o rosto de Marielle ocupe o Escadão de Pinheiros, com o fato de que seu sorriso representa o que representa nesse lugar. Se eu quisesse manter minha paz de espírito, teria que escolher um dos bairros negros de São Paulo. Mas como sou estrangeira, estudante de doutorado, e venho com pouco tempo para investigação, a Cardeal Arcoverde, a três estações de metrô do MASP, meia hora de ônibus até a USP e com pouco mais do Museu AfroBrasil era o lugar perfeito para mim. Sim, entre a paz mental e a eficiência, escolhi a última; entre a periferia e o centro, escolhi o centro. Mas não tinha que estar justificando porque escolhi viver numa rua central (e bonita) de São Paulo, no entanto é deste modo que funciona o racismo, é deste modo que corrói.
Aqueles que me conhecem sabem que sou muito receosa com relato em primeira pessoa, que espíritos leves como meu preferiria estar aqui comentando uma cançãozinha linda do Caribe ou sugerindo sutilezas sobre as aquarelas de Sydney Amaral, as performances de Priscila Rezende ou os traços maravilhosos do Marcelo D’Salete em Cumbre. Mas faz apenas dois dias que li um post do Alan da Rosa contando uma destas pitorescas anedotas pinheirenses, e dias antes um da Thayná Yaredy. Brasil, claro, não queria que eu retrocedesse, e aqui vai o meu, em “caribenho” para internacionalizar a coleção. Suponho que para viver a experiência brasileira de verdade era preciso uma situação que me deixasse como essa me deixou, sem outra opção que publicar um texto. Suponho que tinha que escrevê-lo, vivendo no Brasil o tempo em que vivo, com as expectativas que temos para as eleições do fim de semana, com o que fizeram com o aviso da rua Marielle Franco no Rio e com o que queriam fazer sem dúvida com a foto do Escadão aqui em São Paulo. Enquanto escrevo, não consigo deixar de pensar que essa situação parece ínfima comparada com as mortes de Marielle, Mestre Moa, e as milhares de mortes de pessoas negras com as quais se alimenta a estrutura racista do Brasil, mas tão pouco consigo deixar de pensar na anedota de Fabiana Lopes sobre Oscar Murillo, esse outro colombiano que em meio de uma residência artística no Rio, e depois de “ múltiplas experiências brasileiras”, confessou com tristeza que não teve outra opção além de deixar de lado o projeto que trazia, “colocar o corpo “ e fazer uma performance sobre racismo. É isso, colocar o corpo.
Já para finalizar vou contar que essa semana, quando irei à polícia federal para renovar a minha estadia, vou perguntar se não me dão, no lugar dos três meses regulares, uma permissão de residência. Como prova dos meus estreitos laços com esse país vou pronunciar com exatidão essas duas belas e difíceis palavrinhas da língua brasileira, “ avó “ e “ avô” (prometo), também levarei uma cópia impressa desse escrito, a prova mais genuína de que já vivi como uma brasileira, como uma mulher negra brasileira, a prova mais autêntica de que já conheço algo, ainda que ínfimo, disso que diariamente conhecem tantas amigas queridas, tantas irmãs.
São Paulo, 21 de outubro, 2018
Nota
1. Tradução feita pela autora e Charô Nunes
2. O relato no original foi colocado em primeiro lugar a pedido da autora <3
3. A imagem que ilustra a postagem pertence ao arquivo pessoal da autora e foi registrado durante a ocasião aqui retratada.